domingo, 30 de marzo de 2014

Esto es. La vida nos trae a nuevos lugares, o nos lleva, según su suerte. Ahora, dicen, todo va para bien. Ja, me gusta reírme de esto, soñar (y comprender), creer que nada es como pretenden quienes llevan la bandera de la democracia como hinchas de un utópico club omnipotente con delanteros dignos de santidad (diablos para el oponente). Porque todos dicen que... y al final votamos por un cualquiera con ganas de poder, por cualquiera con voluntad de matar lo que nos incomoda.

Así somos, "microfascistas", así es nuestra especie. Saber que algunos llaman la última guerra a la que fue sólo la segunda; que llaman mundo emergente al caos cultural del tercer mundo; que llaman evolución a las miserias de su propio del mundo; que llaman música a sus artesanías o arte a sus delirios de popularidad, no deja otra cosa que un sabor a humano, demasiado humano.

jueves, 23 de diciembre de 2010

3. Navidad





sábado, 27 de noviembre de 2010

2. El carrito de mercado


Con abuelita y mamá, Arturo vio en un libro infantil unos dibujitos sobre la creación de la familia. El hombre se casa con la mujer y tienen un niño y una niña, él muy azulado, ella rosita. De dos en dos se iba creando la pirámide de bomberitos, policías y doctores, todos azules de un lado. Del otro había costureras rositas, figuritas con falda rosita dentro de una casa compuesta de un cuadradito y un triangulito encima con borde rosita.
De dos era el ladrillo de aquella obsoleta familia, célula de nada. A Arturo no le bastó mirar al cielo con desdén aquel día del libro de creación familiar, su recuerdo fue desde entonces una enfermedad degenerativa y terminal que afectó todo aquello que en adelante fuese llamado familia. Pocos fueron los momentos de alivio después de su primer diagnóstico familiar y sin embargo, le decían los psicólogos: “todos somos portadores de alguna frustración”.
Arturo Piedras solía decir que se reservaba para sí el derecho de admisión en el cielo por sólo haberlo mirado aquel día. Era algo así como una deuda que el universo había contraído con él por intentar engañarlo. A lo mejor sea así, porque mucho del cielo tuvo ya en la tierra.
Una tarde, seguramente de domingo porque estábamos en Plaza Dorrego, me dijo mientras fumaba debajo de un árbol sin hojas: “¿Detrás de qué tipo de divorcios anda la familia ésta de nosotros? Si nos miráramos por un segundo para hacernos frente sin más que eso, puro silencio, y nos divorciamos”. Luego se dejó llevar por sus largas y silenciosas cavilaciones, típicas de todo fumador trascendental, y sin dejar más aire para la última bocanada del porro agregó: “el mejor ejemplo de esto es el mercado: ahí vamos, empujando el carrito de la familia de un lado para otro con la única intención de llenarlo para luego vaciarlo en casa. Mañana echamos alguna otra cosa, la próxima semana un ajuste y así hasta fin de mes, o por quincenas según cada combinación rosa-azul.  Pero si el carrito se queda vacío, habrá silencio y hambre. Y habrá divorcio porque algo andará mal. Y Rosita necesitará a otro Azul y Azul a otra Rosita, para acompañarse sí, pero sobre todo para llenar el carrito”.

lunes, 22 de noviembre de 2010

1. El mundo es una papa


Es inevitable, tiene su trascendencia, igual que las puertas que se abren, las ventanas que permanecen cerradas y polvorientas, las réplicas incipientes que no llegan sino hasta el borde cubierto de azulejos, y los conocidos anillos que fluctúan perfectos hasta perder la furia del impacto. Ningún temor confirmado, ninguna fobia consumada.
Las cosas no comienzan ni terminan sino que bien pueden aparecer y desaparecer según una exquisita aleatoriedad. Esto no es todo; el tiempo está dentro de algo parecido a una papa; no importa por dónde se le corte, siempre estará dispuesta a ser replantada cuantas veces sea necesario. Los tubérculos son como la memoria.
La pregunta salta a la vista: ¿Cómo hilar lo que de alguna manera puede pensarse tal y como lo encontramos escrito? La maravilla de toda mentira: interpreta.
No estoy equivocado. Me entrego a esto con desafecto por hermosas convenciones idiomáticas; un lenguaje carente de sentido. Afirmación bastante grosera porque tal cosa no existe. He logrado ser comprendido, no digo que a la perfección, pero sí con una enorme lucidez por cuanto aparecen cada vez más formas de imaginarlo, justamente perdiendo el rumbo o la dirección, lo cual indica que todo anda bien.
La lección está dirigida a niños mayores de tres años mentales, sin embargo, de antemano quiero advertir que todo el pedazo de papa que intentamos replantar requiere de un mínimo índice de paciencia y más de siete neuronas. Cuestiones de fertilidad cerebral.
Me extraña que haya tantos hoy, porque estoy acostumbrado a un auditorio un tanto más reducido. Mis delirios de autoayuda angelical, basada en el más devoto cristianismo y fundados en los paradigmas de mi escuela jesuita, son difíciles de transmitir a un público tan numeroso, no por pereza, sino por lo indecente que resultaría saltarse las normas y pedir luego el privilegio de la excepción. Poco nos queda en todo caso —por mucho que sea— para defender eternidades tontas y no tontas.
Después de hacer tantas ecuaciones para intentar comprender algo que quizá estuve pensando durante semanas (un clavo, un nombre, un perro, una farola, un botón) tampoco yo me siento muy a gusto si me descubro completamente ignorante sobre el sentido de lo que me dice la gente o de alguna u otra cosa que leo. El caso es que nos comprendemos, por ejemplo, si yo digo: la cosa es una variable que sólo eventualmente se cosifica aquí o allá, no importa que se convenga o devenga lo uno, lo dos, lo mil o lo papa; la cosa orbita alocadamente siempre que el tiempo se lo permita y no haya cerca muchos estrógenos. Ese es mi caso.
Me llamo Hacho Díaz, disculpen la demora en darles mi nombre. Hoy cuento con suerte, ando más bien a la deriva y solo. También tienen suerte ustedes, porque únicamente a la deriva y solo, miserablemente solo, puedo contarles a cabalidad quién fue Arturo Piedras y por qué Hacho Díaz quiere hablar de él. Sólo perdido tiene sentido lo que tantas veces, en tantos lugares, Arturo recitó, como si se tratase de un enigma que no lograba resolver (hasta ahora para mí lo es): “el mundo es una papa”.

viernes, 5 de marzo de 2010

Del juicio anacrónico

Los años pasan, las cosas cambian, esa es la lógica que más abarca, la más certera. Miramos atrás, por algún azar "divino" que nos permite hacerlo, y notamos los cambios, vemos qué ha cambiado, cómo ha cambiado todo. Nos derretimos jugando a la memoria con lo que no somos, lo que ya no fuimos porque los cambios a que tuvo lugar nuestra vida no nos llevaron a esos lugares y estados que esperamos alguna vez, a los sueños cumplidos que anhelamos inocentemente, a la calma, a la risa, al amor. Vemos a los otros y recordamos también quiénes desearon ser, qué desearon y qué dibujaron con pasión para sus vidas. Al final juzgamos con nuestro bien y nuestro mal, chatos, cortos de sentidos y contextos. Nos creemos entonces dueños de todo el tiempo, valoramos los cambios pensando que todo fue intempestivo, inmediato y espontáneo. Pero valoramos los cambios del otro, porque los nuestros parecen lógicos, los nuestros son sufridos, padecidos y vividos - y vívidos -. Nadie sufre por cabeza ajena, nadie es, para uno, el producto de una suma infinita de circunstancias inabarcables. Creemos que son sólo decisiones y las juzgamos precipitadamente. ¡Qué terrible vanidad hay en cada juicio de la historia del otro! ¡qué sesgada y corta de mente resulta la condena! Hoy me rebelo contra tal justicia y apelo al tiempo en mi favor, en favor de quien sufre condenas impuestas por ciegos, por quienes creen saber lo que significa que el tiempo pase y las cosas cambien. Me rebelo y a la vez me escondo silencioso para poder yo mismo condenarme. Pero solo; condenarme a mí solo. Unicamente pagaré esta condena que yo mismo sepa imponerme al hacer memoria y recordar cada dolor, cada lágrima, cada trayecto, cada renuncia - y su costo marginal-, cada pasión, cada miedo; cada tiempo y cada cambio. Pagaré la condena que todo lo abarque antes de juzgarme yo mismo. Porque soy lo que he creído y no lo que he deseado. Eltiempo pasó, lascosas cambiaron y aquí sigo, aquí seguimos, simplemente creyendo.