miércoles, 28 de septiembre de 2005

No llega nada

No llegan las ideas, tampoco un rato de inspiración, almenos uno de esos que no alcanzan el minuto pero que dejan el entusiasmo suficiente para trabajar durante un par de horas. No vienen las buenas palabras, tampoco las malas, no llega nada; no hay nada de qué escribir por estos días. Ya lo decía hace poco: "estos son días difíciles".
Me siento con toda la disposición para hacerlo, me encierro entre el aroma de un poco de incienso y un poco de hierba, acompañado de un trago de ginebra y, sin embargo, siguen sin llegar las ideas. Perdónenme los tres que soportan estas cosas que escribo, pero no llega nada. Nada de nada. Sobretodo porque busco ser conciso. Así que, por el momento, o bien escribiré lo que realmente me gusta hacer (es decir, narrar), o, muy diferente, escribiré cosas como esta (es decir, basura).

domingo, 18 de septiembre de 2005

Un vicio

"El caballero duerme sobre su montura,
y parte como una flecha."
Deleuze y Guattari
El otro, el de siempre, no vino hoy, se quedó seguramente en su casa, viendo comer a sus palomas; al fin y al cabo son aves, me dice, como nosotros, como tú o como yo… como cualquiera: enviamos y recibimos mensajes, volando con ellos de un lado a otro, como palomas; en ellas estamos amigo mío, somos palomas mensajeras.
Se quedó en casa y por el momento no vendrá, aunque cierto es que lo he visto llegar a visitarme a cualquier hora del día o de la noche, así que no sería nada extraño que apareciera más tarde, buscando quizá oírse en nuestras nutridas conversaciones sobre Hesse o sobre María –con que sincero frenesí se arroga tanto amor cuando llega a sus labios y la menciona, la dibuja…la trae-, las de los años, las que evocan –ciertamente odiosas para ambos, pero tan necesarias como cualquiera-; escasas otras, por ejemplo, las de exagerada profundidad o trascendentes hasta el absurdo.
Cuando el otro viene, y salimos, preferimos el acecho del pelícano hambriento que persigue al pez y su huida constante, su escamoteo hacía algún lugar seguro. En ese sentido, quizá sea yo más del agua y no tanto de alas, como él. A ello tal vez se debe el que nuestras conversaciones logren ser tan largas; la sardina tiene, en su fuga continua, todo el océano para despistar a su depredador, empero, sardinas hay muchas.
Muy poco aceptan nuestra invitación a divagar, a inspirar nuestro soporífero letargo con paso lento y tranquilo. No sé realmente cual es la causa del soplo desconfiado que tienen sus excusas y evasiones; será, seguramente, eso mismo que a nosotros nos da la voluntad para emprender la fuga –o la caza, según sea el caso-; el hambre de un actor encerrado y la neurótica huida de un escritor, ambos tan desilusionados del mundo como sinceramente fracasados, buscando en la calle un aroma efímero de libertad -ya que de felicidad no hablan (lo decía ahora, evitamos trascendencias de cierta índole)-, sabiendo que en Medellín salir a caminar la noche por las calles silentes, con el único propósito de hablar, resulta, moral y legalmente, bastante sospechoso; alejaría a cualquiera. No los culpo a fin de cuentas. Un cineasta insensiblemente idealista de veintidós y un periodista un año mayor, con delirios de libertad y ataques existenciales de nostalgia pueril, no parecen ofrecer nada al espíritu de nuestra época. Sin embargo, ¡qué tan caótico se me antoja el mundo cuando, en pleno siglo XXI, cuestiones morales (o prejuicios legales) se interponen entre el hombre y su calle!
Él, el otro, y yo, pensando quizá en nuestro inminente fracaso por parecer un ciudadano de hoy, buscamos el mar en las calles y nos perseguimos con la tranquilidad impasible de quien se siente arrojado a hacer lo que hace por su propio instinto de supervivencia, como la calma de la palma bailándose el huracán. Poco importa que siempre salgamos solos, que recordemos tres palabras de las conversaciones más apasionadas o que sobre nosotros se pinte la señal de Caín; un rato de libertad vale, para un hombre contemporáneo, menos que una ilusión de éxito o felicidad infundada y fantasiosa, pero, para nosotros, la calle es el sustento de nuestras almas.
Así, a la deriva –y sin derivar en nada, obviamente-, flotando sobre nuestros pasos, empujados por nuestro aire libre, colmamos nuestra existencia de más y más calle. En ese sentido, debo confesarlo, se trata de un vicio.

viernes, 16 de septiembre de 2005

Días difíciles

"La crisis de sentido,
por estar imbricada con la conciencia,
resulta siempre difícil de tratar"
F. Kafka
Que días tan difíciles. El dolor de espalda continúa creciendo, mi pelo busca la tierra y a veces me duelen las piernas cuando camino, y no es que se trate de punzadas inconstantes, es, más bien, un cansancio permanente y demoledor, un sentimiento triste de impotencia ante lo más simple y necesario; caminar.
Días éstos de vejez precoz; enojado, creyéndome desgraciado, tanto por haber comprendido que el mundo es un lugar incómodo como por saberme un soñador petulante y discreto, sintiéndome viejo, calvo y viejo, viejo y sumergido en la multitud, gritando hasta desgarrar la garganta que me siento vivo; que me tengo por un viejo; que la vida no me ofrece nada más que humo y que, con todo, no deseo mi muerte más que la de algunos.
Y es que, a la velocidad que corren estos días, cualquiera podría envejecer en un par de meses, ver que todo ha cambiado y molestarse por ello al notar que ya no se es parte de lo que se creía; la vida no es lo que me prometieron, uno no es un gran constructor sino un pobre ladrillo para nada imprescindible, encerrado entre hileras de cemento y separando a otros de la intemperie; un pobre pedazo de piedra en las manos torpes de David mientras Goliat, muerto de la risa y lleno de ojos, se divierte jugando con una peña entre sus dedos.
Que corran entonces los días, ya los buscaré cuando sean más pequeños sus pasos. Ellos ahora tienen prisa, luego, fatigados por los años, estarán cada vez más cerca y mi paso oriental -lento y preciso- los hará envejecer; ya no será su tictac el que me lleve a la deriva, será el vaivén de mi alma tranquila. Que corran entonces los días difíciles, los largos enojos y los miedos de mi pueril vejez. Que corran. Desde mi hamaca, rumiando mi fracaso, hundiéndome en mis cavilaciones y encendiendo cada cigarrillo con el anterior, esperaré ansioso al gigante; no importa cuantos ojos tenga, habrá suficiente ceniza para cegarlo por un instante -por uno de los míos.

lunes, 12 de septiembre de 2005

Oración

Derramo yo en mi triste rincón un mínimo canto:

Silente, alquimista me digo; juglar escondido, absconto fantasioso. No me dejes solo ahora.
Sí, yo soy taciturno, soy solitario, ambulante y nocturno. No me dejes solo. No me dejes.

miércoles, 7 de septiembre de 2005

Proemio a un réquiem

"La naturaleza no halla la salida del laberinto,
de las fuerzas desencadenadas,
que actúan en contra suya:
el hombre debe morir."
Goethe
La sombra de la muerte pasó, por esta noche, sin hacer ruido alguno, bajo una soledad de cedros y pinos. Se nubló su rostro, se marchitaron sus pétalos y arrugó su corazón para perderse luego con paso medroso.
Pronto, todo estuvo quieto, exánime como su tristeza; sin fondo, sin sentido. Yo abismaba mis ojos azorados e intentaba ver la noche diáfana, el cielo siempre limpio. Empero, hallé desolada mi vista de toda sospecha. Supe entonces de la simplicidad del agua, de la esencia de las cosas, del gozo del campo y del viento.
Nada es mayor que ella. Sólo la vida tiene su edad suspensa y su aroma a primavera. Sin embargo, no es primavera ni es vida. Turbio espejo donde la eternidad inaugura su forma; absorta, inmensa, pura, ilimitada; vivo reflejo de la existencia.
Bajo su piel preñada de lluvia despliega la gracia prometida. Nada es mayor que ella. Rosa y no rosa, primavera sin golondrinas, canto melancólico en la garganta de la vida.
Esta noche estuve solo y más perdido que nunca. Buscándome en el tiempo, haciéndome al olvido hundido es su beso, en su promesa infalible y fatal.

Solo por costumbre

"En los entierros, uno llora por costumbre."
Camila Avril
Hoy llegué a casa. Enfadado y preso de una melancolía infundada abrí la puerta de mi habitación y vi en el suelo mi borrador blanco. Estaba muerto y flotaba desangrado sobre un pequeño charco rojo y profundo; una boya solitaria, meciéndose al vaivén de la muerte.
Mi borrador ha muerto, ya no borra más. Dicen que a los muertos por costumbre se les llora, yo lloré la ida de mi amigo, pero no sé si fue costumbre. Ya mis ojos se habían enturbiado junto a él y por él, empero, esta vez está muerto. Quizá tengan razón.
Ahora padezco su muerte. Muero con él, sólo por esta noche. Sin embargo, ahí donde solía dormir lo he puesto y le he hablado.

_ Sin saber qué parte del caos habré de vivir mañana, hoy te padezco. Tengo tu desilusión, tu desengaño. Siento tu hálito defraudado, oigo lejano tu sermón sobre la debilidad y, desesperanzado por tu partida, te sigo mirando, sedentario, deshecho y frío... sin vida. Aquí estoy, como siempre, triste, desconsolado, taciturno ¿Qué? ¿Qué me has hecho? ¿Por qué a mí? El soplo inconstante de nuestra inspiración se me antoja ahora aburrido, inerte, confuso. Estoy dolido profundamente, sin ti seré desmañado y ausente. Di algo. Mucho hablamos de la muerte y jamás te vi tan débil frente a ella, tan débil y callado ¿Quién sabe? A lo mejor encontraste algo de todo aquello que hablamos alguna vez.
Cómo hacerte comprender todo cuanto habré de extrañarte; si sólo contigo el sufrimiento fue sufrimiento; si las despedidas fueron siempre cortas; si todo lo que fui, cuando solos estábamos, desde hoy no existe.
Solos jugábamos, improvisando instrucciones, descartando la soledad, tú eras yo, yo te imitaba, al fin y al cabo borrando escribías. Que tan dulce fueron todas las tristezas, que tan inhóspitos aquellos paisajes colmados de recuerdos. Entre nosotros no habrá más murmullos, no habrá sed. A pesar de tu muerte, hoy te lloré, todos te lloramos. Es la costumbre.

Después de despedirme, lo tomé suavemente por el canto y lo enterré junto a todos los muertos. Lo miré una vez más. Una última lágrima aguó su palidez antes de que cerrara el cajón. Hoy murió mi borrador, me dije.

viernes, 2 de septiembre de 2005

Hoy salí

Hoy salí. ¡Ah! Que bueno es salir, estar afuera, en cualquier lugar donde mis ojos puedan enfocar a lo lejos -hacia cualquier lugar donde la luz pueda imaginarse desde un pequeño punto lejano-, un punto lejano; que bueno dejar que mis pupilas se dilaten a su antojo; que mis pies pisen la calle que mis ojos le crean; que el humo que entró no salga; que se pierda en lontananza, imaginando, subyugado por mi deseo.
Dirán que necesito la marihuana, y sí, tendrán razón. La necesito porque sin ella mi vista es corta, mis deseos son cortos, mis ansias medrosas y pueriles. Quizá nadie más la necesite, pero, yo, sí. Me desconecto, me pierdo en mis pensamientos de ascensor mientras, sobre la calle, va mi vida, a la deriva, sin derivar en nada. Además, cigarrillos, no pueden faltar; ¿Qué sería de mí sin el vicio divino? Noches cortas, párrafos cortos, nada nuevo. Cigarrillos y marihuana, noche y asombro.
Hoy salí, y pensé, como muy poco me ocurre, en mi niñez. Es, quizá, por falta de uso, pero para mí, la infancia está olvidada, enterrada. No quisiera parecer sensiblero, pero, sabiéndome más melancólico que concentrado o paciente, seguro me saldrá alguna que otra expresión cliché (la nostalgia es cliché).
Cazábamos ranas, las abríamos hasta sacar el corazón y sentir, sobre la yema de los dedos, los últimos clamores palpitantes de una vida que se iba en mis manos, y gracias a ellas. Eso, por supuesto, ocurría en invierno (donde vivía podía llamarse así a la época de nieve). La vida fue vida y muerte en mis manos. La rana fue rana y luego dejó de serlo. En mis manos asesinas.
Hoy, salí. Estuve en la calle, en una calle, en mi calle. Sobre el asfalto humeante, oliendo las primeras gotas, la sal mediterránea. No estuve mucho tiempo afuera, empero, fue suficiente. De haber sido más, la nostalgia ahora sería tan pueril que me avergonzaría y, como ayer, terminaría por impedirme escribir. Hoy salí, y recordé. Me recordé siendo otro y casi me avergüenzo al ver en mis manos la sangre, los intestinos y el corazón que ya no servía. Hoy salí. Cuánto me duele la muerte.