lunes, 10 de octubre de 2005

Guitarras

El capitán había ya caminado hasta el cabo; según recordaba, al girar a la derecha dejando atrás Playa Soledad, debía ver al otro lado del golfo de Urabá el litoral antioqueño, en cuyas planicies imaginaba numerosas plataneras cargadas con bolsas azules para acelerar la maduración de la cosecha. Jerónimo ojeaba el suelo buscando una rama hueca para reparar su pipa, no obstante, caminaba erguido por el peso de la mochila, cubierto no más que por una camiseta de algodón sin mangas, con hombreras deshilachadas que dejaban ver sus brazos flacos y bronceados, y una bermuda roja de corduroy a la altura de las rodillas; se daba ánimos mientras canturreaba con cierto aire melancólico alguna canción de Pink Floyd. Había olvidado la última vez que tocara una guitarra acústica o eléctrica, sin embargo, mientras daba sus primeros pasos hacia Acandí, lograba evocar nítidamente algunos momentos en que tuvo alguna de ellas en sus manos: junto a Piero y Emilio, viajando por el oriente antioqueño con sus latosas canciones que pretendían llamar punk -¡Qué dificultad imbatible le causó siempre componer canciones de este género!-, o en el Rincón del Guasauro, o en el bar Patinir con Julia. Recordó entonces El Parnaso, donde por pura casualidad consiguiera una Rickenbaker de doce cuerdas y donde, con nostalgia, imaginaba a José y su amigo cubano, Pavel, tocando guaguancó hasta caer enlagunados y empapados en ron. Desde la orilla occidental, donde ahora aparecían purpúreas montañas, tan lejanas que fácilmente podrían pasarse por olas gigantes en alta mar, llegó a la mente del capitán el chasquido de una cuerda que se reventaba como el lamento de un gato agonizante, o un hombre susurrando entre dientes una despedida definitiva, de la misma forma en que ahora dejaba atrás, además del promontuorio, que de este lado parecía más bien una tortuga a medias hundida en la orilla, las dunas intactas de la playa y toda suerte de troncos resecos expulsados por las olas durante la tormenta de la noche anterior. Todo esto que pienso, se dijo, tal vez caiga mejor a un Brower impedido que a un pobre pescador otrora guitarrista, sin embargo, si bien no puedo sentirme orgulloso de haber tocado la guitarra como Roger Waters o Gustavo Cerati o, para suerte mía, como Jonh Petrucci, no puede negarse que en algún momento mi estilo obtuvo buenos comentarios. Se decía todo esto a sabiendas de que no hacía más que interpretar a gusto algunos apretones de manos después de un concierto, puesto que sus trabajos más serios fueron siempre incursiones “conceptuales” en la música electrónica. No obstante, de que al cabo de todo este tiempo había rejuvenecido su amor por la guitarra, un amor parasitario y desprovisto de arte, era prueba el hecho de que justo entre la serranía del Darién y el mar oscurecido por el feroz torrente del Atrato, anhelara –Dios mío con que honda soledad- cantar Wish you were here junto a su vieja Rickenbacker. Con amor o sin él, pensó, cada cambio sustancial en mi vida ha tenido cerca una guitarra; a causa de una guitarra había comenzado a estudiar periodismo; y a causa de una guitarra había decidido huir al mar, y de cierto modo, debido a una guitarra (el capitán sintió una fuerte punzada en su espalda junto a un sentimiento tenue de orgullo que lo hizo sonreir) estoy ahora caminando hacia el sur, entre el chirrido ensordecedor de las cigarras y la monótona calma de las olas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Voy a sonar reiterativa, pero bueno. Me gusta tu narración. Realmente se recrean las imágenes. Casi siempre es muy fluida, a veces uno puede perderse, de pronto en esas frases que digo que a veces sobran. Igual, no se si por estilo, a veces me es dificil con la puntuación. Sigo en la consideración de los tiempos.

Sigue en la narración, porque aunque lo otro que escribes también me ha gustado, creo que aquí hay más sentimiento, más profundidad. Al fin y al cabo, es lo que te gusta. No importa si te extiendes más, te gusta al fin y al cabo.
Con esto me recuerdas que la inspiración no es más -si lo es - que coger algo de la realidad e irse a volar por otros mundo. Te seguiré leyendo. De pronto encuentro el hilo conductor.