viernes, 18 de noviembre de 2005

Buenas...

De pronto, sobre el camino apareció un hombre de media estatura (acaso salido de la sombra de un almendro), corpulento, de espalda recta y musculosa y con rostro inexpresivo. Cualquiera hubiese notado que se trataba de un paramilitar, cumpliendo seguramente alguna rutina o descansando mientras paseaba por la apacible senda. Caminaba hacia el capitán con paso ligero y actitud temeraria mientras, acompañado de un hábil movimiento de los hombros, acomodaba su fusil sobre la espalda con la misma naturalidad con que el viento lo hubiese hecho con la hoja de una platanera. Ahora se hallaba a escasos metros del capitán: sus ojos, húmedos y vidriosos, oscuros y marrones como tierra mojada, mostraban cierto cansancio placentero bajo frondosas cejas en curva interrogativa. Balbuceó un saludo que el capitán no pudo descifrar, pero que interpretó como cordial, luego, con una mano agarrando la correa del fusil y otra sobre la reata que sostenía su chaleco marcado con las iniciales AUC-C -acaso con la intención de identificarlo, aunque parecía más bien algún tipo de publicidad-, bajó la mirada y saludó nuevamente:
- Buenas –Dijo con voz delgada. Tanto que la ese pareció un suspiro lejano.
- Buenas –Contestó el capitán mientras advertía como, bajo su delgado bigote de cantinflas ensombrecido por su nariz aguileña, sus dientes incisivos dibujaban una leve desconfianza sobre una fina sonrisa.

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Compañía

A cada paso bajo los zapatos deportivos del capitán el camino perdía inclinación. Al orto lado de una playa de arena color tierra se levantaba, pequeña e indefensa, una colina que parecía flotar sobre la niebla salina. ¿Por qué razón esta soledad de vagabundo no se me antoja invivible ahora?, pensó el capitán, ¿Por qué no? En verdad lo sabía, sin embargo no se contestó. Por primera vez desde que saliera de casa, supo realmente de su verdadera enfermedad. Mientras esquivaba ramas, troncos y toda suerte de objetos plásticos escupidos por el mar, hasta hacerse a veces difícil dar un sólo paso, pensó: «aquí de poco serviría compañía alguna».

jueves, 10 de noviembre de 2005

Disculpa

Ultimamente no encuentro mayor placer en sentarme frente al cuadro y escribir; mientras, temo por quienes me leerán. No sé, quizá se trata de alguna "enfermedad" mía. Melancolía tal vez. Y aunque suene extraño que culpe a mi enfermiza nostalgia de esta falta de tinta -¿dije "tinta"?-, más aun cuando es de ella que obtengo mis párrafos más gratificantes -¿Dije "gratificante"?-, se trata de un cansancio melancólico; síntoma intempestivo de un marihuanero promedio. Lo bueno es que, durante estos días carentes de salud, me hundo en cavilaciones que luego habré de rumiar cuando deje de llover.
Bueno. No siendo más por ahora, esa era mi disculpa. Pronto la hierba volverá a la boca -¡por Dios! ¿Qué dije?-.