jueves, 31 de mayo de 2007

Cesárea



"a Caro, que siempre sufre conmigo"

A Gaitan lo voy a sacar así sea por cesárea. No sé que hay entre la luz y el viejo caudillo, pero que sale, sale. Paciencia que Jorge Eliecer ve la luz antes de la medianoche del sábado. Se me rompió la fuente, tengo las contracciones, pero todavía no ve la luz. Ya llegará, ya llegará. Y si no, Cesárea.

martes, 29 de mayo de 2007

Tijeras

tijera. (De tisera). f. Instrumento compuesto de dos hojas de acero, a manera de cuchillas de un solo filo, y por lo común con un ojo para meter los dedos al remate de cada mango, las cuales pueden girar alrededor de un eje que las traba, para cortar, al cerrarlas, lo que se pone entre ellas.

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La Soledad no es la sal

A Rios y Dani
"A ustedes debo la realidad de este sueño, la razón es sólo mía"



Río Magdalena. (Pto. Triunfo, Antioquia)





Esta mañana me levanté en un balcón desde el que se podía ver el río Magdalena. Muy cerca, sólo unos veinte metros de maleza me separaban del río más grande de Colombia (Ríos dirá que él es el más grande - y lo es -). Ahí sigue, quién sabe desde cuando, hacia el mar Caribe. Mientras lo contemplaba, apenas amaneciendo, se me ocurrió algo para decirle a quienes con razón piensan que huyo.



No huyo. ¿Acaso el Magdalena huye hacia Bocas de Ceniza? ¿Está escapando para volverse algún día salado entre la inmensidad del océano? No lo creo. Aún si lo considerara, llegaría a la conclusión de que, de huir, es un mal de nacimiento. Y no. El río no huye, el Magdalena no.



Huyen las quebradas y los riachuelos. Se estancan los charcos, las piscinas, los lagos. Se cierran las canillas del lavamanos o la ducha. Se represan los ríos débiles y se controlan los embalses. Pero los ríos como el Magdalena no se detienen, y no por ello huyen; los ríos como el Magdalena fluyen.



Puedo dejarme navegar, pero no permitir que me digan que huyo hacia la sal, hacia La Soledad. Y si persiste la acusación, he huído desde que nací, como el Magdalena. ¿Acaso como María Magdalena? Ella era puta. La vida es puta. Desde chiquita.



El Magdalena fluye.

sábado, 26 de mayo de 2007

FELICES LOS NORMALES




Papá ya me dio la bendición. Y me dijo...
Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
Roberto Fernández Retamar

jueves, 24 de mayo de 2007

Final de historia

A mi papá, que pronto será mi padre



2.
Haciendo lo que realmente me llena de alegría (quiero decir, tener un rato de nostalgia y escribir), le confieso, Nelson Castellanos, que me he tomado un par de cafés y he fumado un poco de marihuana, le confieso también que he sacado de un armario humedecido unas cuantas fotos en blanco y negro, algunas con bordes fileteados.


Un casete marcado a puño y letra de mi abuelo, “Marco Antonio Peña/88”. Suena en la grabadora de periodista su voz, ronca y pesada, sus agonizantes pulmones, su enfisema ronroneante que terminaría por darle muerte un 28 de diciembre. No voy a desgravar más de tres partecitas, aunque estoy seguro de que incluso a usted le hubiese gustado oír lo que mi abuelo, en su último agosto, le decía a mi padre en numerosas horas y casetes que le enviaba por correo aéreo a España. Hoy, por supuesto, y casi por ley natural, siento que mucho de lo que Marco A. decía, me lo decía a mí.


Marco A. nació en el 20, el 27 de junio (o de julio), en el frío San Antonio de Prado y fue, para muchos, el jefe de “El Expreso del Sol”. Treinta horas en sillas de madera, kilómetros de Mutis y Gabo y más kilómetros de la vía ferroviaria que unía a Medellín con la ciudad de Santa Marta. Hasta hace poco podía encontrarse en algún cajón de la casa de mi papá la perforadora con la que mi abuelo marcaba los tiquetes con una estrellita de 10 puntas. Durante años trabajó en el tren, entre inmensas bananeras, entre la manigua del magdalena, entre la gente que iba y venía cruzando el país en tren, disfrutando el olor a brea y el traca-traca infinito, la maleza, los mosquitos, el calor, las bananeras, el río… Otra Colombia a otra velocidad.


El Ferrocarril de Antioquia era el orgullo de muchos, entre ellos Marco A., a quien se le vio el día de su funeral portando el broche distintivo, cuando aun hacía años la ferroviaria había cerrado. El viejo tuvo una ilusión, la misma quizá de toda una generación que creyó terminada la guerra y llegado el progreso. Fue un hombre de trenes, un colombiano de trenes que comenzó a coquetearle a Dolly Mejía en la estación Sabana, si no estoy mal en el departamento de Santander.


Oigo a mi abuelo en la grabadora: “Esta Colombia nunca crece, hijo mío, no hace sino nacer”. El tren nació, “El Expreso del Sol” nació, las vías ferroviarias nacieron, y luego nacieron carreteras y llegaron los aviones (muy rápido, dicen), todo fue naciendo y naciendo y naciendo y sin nación. Luego agrega mi abuelo: “si es que… también, vivimos en un cartón arrugado. Claro, que no se te olvide hijo, yo vi el mar desde el tren, desde El Expreso del Sol en Ciénaga, Magdalena”.
Hoy, justamente, venía de Cisneros y trataba de mirar a la izquierda del camino, para ver, entre las plataneras y los cañizales, un par de hilos de acero que ya no llevan al mar. Mi abuelo vivió una Colombia con trenes que ya no llevan a ninguna parte y cuyas carrileras se hunden en la amarillenta tierra del magdalena, y cada vez que por suerte emergen, aún paralelas, sobre el pasto o el asfalto, alcanzo a oír, como si estuviese grabado en un viejo casete, el grito pueril y sincero de esperanza. ¡Ciénaga! ¡Ciénaga!

lunes, 21 de mayo de 2007

Me abandono

Dedicado a una vieja ilusión:
"vámonos a vivir al mar"

"Después de la madrugada densa y sudorosa, los dolores de espalda habían desaparecido. Ante una postrera y supuesta caricia -por demás exagerada-, hizo lo posible por contener el llanto. Lucero miró al capitán. No había en su semblante el menor indicio de sorpresa o de miedo; le era enteramente impredecible. La miró fijamente y luego, susurrando con gravedad, le dijo: “Lucero, me voy. Me voy al mar”."



Tengo una guitarra de un viejo y degenerado rockero argentino, una cama que todavía huele al perro y un dolor de espalda que podría llamarse enfermedad terminal. Tengo unas cuantas deudas también, con Baena, Hamma y Ríos. Todavía están en el cajón del nochero las fotos de Valentina, el llavero de mi hermanito y las monedas extranjeras de mi papá. Un CD que le robé a mi mamá en algún diciembre. Las cartas viejas de mi abuelo y algunas cosas de la Mona, las metí en el armario, junto a una foto con mamá.

Las cosas andan por ahí, mal que bien sujetas, guardadas, o cuando menos perdidas. Las cosas tienen esa cualidad de estar en cualquier parte. También muchos hombres que conozco. Y en esa lógica de la ubicuidad, yo me veo forzado a escapar. Lo consigo con un resultado que casi es premio, de no ser por el peso de no estar en ninguna parte.

El único lugar para no estar es un no-lugar. ¿Qué es un no lugar? Fácil: todo lo que no sea un lugar. Y bien, sólo conozco uno –habrá quien lo refute–: el exilio.

Me voy para La Soledad, me voy sin huir. Y me voy con todo lo que he sido en ustedes y para ustedes, les dejo lo que hayan ahorrado. Me alejo del ritmo frenético del capitalismo salvaje (amo el capitalismo como amo a un jugador de Nacional –mientras tenga mi camisa–), me alejo de tantos afectos y tantos abandonos.
En los últimos siete u ocho meses sólo han quedado unos pocos, y esos pocos mucho han hecho. De tanto abandono terminé por desear abandonarme, que no es lo mismo que echarme al abandono. Seguramente los que más quiero se demoren en comprender lo que digo, es, más que coincidencia, un regalo tipo Peña.

Cansado de ver escombros, cansado del frenesí soporífero del dinero, del los rostros RGB, de los abandonos, de los otros abandonos, de intentar ser ese “otro”; cansado de los libros, de las películas, de la información y la televisión –que nada tienen que ver–; cansado de la amistad, del amor utópico, cansado de la razón y del rizoma, cansado de todo, de todo, de todo, de todo… del cortejo y de Medellín, del cigarrillo, de Nacional, de extrañar a mi perro, de sufrir ausencias; cansado de mí en esas ausencias. Me abandono, me voy al no-lugar, me voy para La Soledad.

Entonces llega el otro y dice:


– “cómo se te ocurre: un tipo bien, que tiene toda una vida por delante, con capacidades, ta, ta, ta, ta, ta, ta…”.


– ¿Y? De qué vida hablamos –le contesto sabiendo a dónde voy–


– …trabajo, estudio, esposa, hijos, ascenso, hogar…


– ¿Vos sabés lo hijueputamente doloroso que es eso?


– ¿Cómo va a ser dolorosa una vida próspera donde el amor es el suelo?


– No soy geólogo, pero hay suelos tan movedizos…


– Ha sido sólo mala suerte.


– ¿¡Mala suerte!? Vea, pues qué tan de malas he sido, porque hasta ahora no he puesto bien un ladrillo. Además, te olvidas del pasado.


– El pasado no es nada.


– A otro con ese cuentico.


– Viejo: “el tiempo pasa, las cosas cambian”.


– Justamente eso es lo que quiero decir: ha pasado el tiempo, han cambiado las cosas y ahora me voy. Romperé miles de compromisos y quedaré mal con muchas personas. Sin embargo me voy. No hay nada más qué decir. Me voy a vivir al mar. El 1º de Julio de 2007

miércoles, 16 de mayo de 2007

¡ OFERTA !

(Dedicado a la esperanza que acabó de pasar: "tengo que decirte cosas... pero de pronto no muy buenas..." LL´.)



Yo quiero morirme... (Explico:) ...pero no quiero ser yo precisamente quien deje de vivir. Necesito una vida donante. O bien convertirme en gato, pero con siete vidas... derrocharía.

No puedo ofrecer mucho dinero, y lo más grande que tengo es un dolor de espalda (para los entendidos en el tema, la tercera y la cuarta a la vez -paradojas de papa-).

Puedo correr con todos los gastos y hasta agonizar. Si quedan huérfanos yo me hago cargo, si es muerte dolorosa yo la sufro. Renuncio a las herecias, a mi salud y a lo que sea. Me dejo encerrar unas horas y hasta permuto mi decoroso puesto en el purgatorio.

Alguien ya paró a mirar el aviso. La puerta estaba abierta pero no siguió. Alguién más se asomará. Quizá entre seducida por mi oferta. Quizá haya alguien que voluntariamente se muera por mí.

sábado, 12 de mayo de 2007

Hoy duermo con la puerta abierta

Obituario a una hermosa relación


Primero: “Don Quijote de la Mancha”


“Con tan desdichadas nuevas, casi casi llegó a términos Anselmo, no sólo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantose como pudo y llegó a casa de su amigo, que aún no sabía de su desgracia, más como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendió que de algún grave mal venía fatigado. Pidió luego Anselmo que le acostasen y que le diesen aderezo de escribir. Hízose así, y dejáronle acostado y solo, porque él así lo quiso, y aun que le cerrasen la puerta. Viéndose, pues, solo, comenzó a cargar tanto la imaginación de su desventura, que claramente conoció que se le iba acabando la vida, y, así, ordenó de dejar noticia de la causa de su extraña muerte; y comenzando a escribir, antes de que acabase de poner todo lo que quería, le faltó el aliento y dejó la vida en las manos del dolor que le causó su curiosidad impertinente”.

Muchos días hace que no dormía con la puerta abierta. ¿Por qué? Bueno, por el ruido, el frío, la luz, los fantasmas, por la sensación de estar durmiendo a la intemperie. Descansar con la puerta cerrada da cierta calma sedentaria, la del espacio privado, que cierra el territorio previamente definido; explícita o tácitamente —no es necesario ponerle el cerrojo—, clausuramos el espacio cerrándole la puerta al resto de mundo. Y no es incómodo, ni más faltaba, sentir el calor y el abrigo de la habitación; sentirse protegido mientras el sueño nos vulnera.


Hoy duermo con la puerta abierta, para creerme nómada, para creerme siempre afuera, para ser vulnerable incluso mientras duermo… que entre alguien a despertarme a cualquier hora y me arranque las pesadillas, aunque sea para sembrar un vieto frío, como el que entra en esta montaña que vivo. Mi colchón, siempre pretérito, no deja de sudar en la noche las noches que fueron. No sé si mi cama lo inventa todo o le pongo yo a ella las sábanas sucias.


Del tiempo sólo he conseguido una certeza, todo lo cambia.“El sol se esconde. El sol sale”, canta el viejo Bob. Llegará la mañana para despertarme, ¿llegará quién me despierte? Mientras tanto ahí deambulo, con la puerta abierta, en un sueño curioso, pero impertinente.

martes, 8 de mayo de 2007

La vida es puta, y las putas no pagan


La luz del túnel está cada vez más cerca. Nadie sabe si a la salida me espera algo peor que esta cueva, pero algo me dice que se viene el más lúcido Peña de todos los tiempos. Esperemos que se disipe la poca tristeza que queda, olvidemos la ingratitud y recordemos que de nada sirve ser un buen tipo; la vida paga mal, la vida sólo quiere divertirse, y si no se divierte contigo te mata; la vida es puta, y, claro, las putas no pagan, cobran.


Falta poco, unos cuantos pasos. Afianzar mis vicios, darle la importancia que merecen, la constancia que merecen, el puesto que merecen... la lucidez de un hombre es el equilibrio de sus vicios (de las mujeres no hablo, la lucidez femenina es un enigma masculino), y yo tengo muchos vicios, muchísimos vicios. Se equilibran una vez cada cuatro años y ya casi se cumple el ciclo, además he sumado muchos y he dejado otros tantos. Pronto abandonaré mi pensamiento binario y comenzaré a sufrir como es debido: sin explicación.


Resetiando cada influjo de mi pasado más cercano, transmitiendo datos a la memoria, para que se empolven y se pierdan poco a poco hasta no dejar otra cosa que reminiscencias, materia prima para inventar un pasado verosímil donde no quepa la ingratitud ni el recuerdo de la vida que fue puta y cobró más de lo que sus servicios valían. Eliminando de mi existencia al estúpido iluso que terminó por pensar que algo podía ser para siempre. Reviviendo, después del desengaño.

jueves, 3 de mayo de 2007

GINEBRA Y ESQUIZOFRENIA



Disfruté hoy de una buena ginebra. Ella ha sido siempre una buena compañía y una inmejorable amiga. Hablamos, como es costumbre entre nosotros, de lo que ha ocurrido desde la última conversación a solas. Esta vez, unos tres meses, tiempo en el que he tenido la oportunidad de conocer y pretender a Lucero.
En medio de la algarabía, la barra lucía desierta. Incontables miradas de extrañeza se dirigían a mí. No diré que recuerdo cada palabra de tan larga conversación, más he aquí algo de ella.

Un pobre hombre: —Se mece en una extraña indecisión. Faltaría a la verdad si no digo que algo grato siento por ella. Hoy estaba demasiado cansada para salir. Aunque creo muy sinceras sus palabras, hay en mí algo que no me deja tranquilo. No parece muy interesada en establecer un lazo afectivo conmigo. He pensado mucho en ella esta noche; en su voz delgada, en sus finos labios, en su mirada furtiva. También pasó por mi cabeza esta idea: ella no ve lo que yo. Es posible que mi interés esté en contra de ciertas convicciones que ella tiene.

Una copa de ginebra:— ¡Si la vieras! Meciéndose de lado a lado con paso elegante. Su pelo, rojo como el vino, se posa en los más escondidos recuerdos. Su sonrisa es fina y discreta, su mirada altiva y oscura bajo cejas amenazantes. Lástima sería no conocerla más allá de algunos sonidos que compartimos.

Un pobre hombre: — Supongo que en ese azaroso devenir de los años he creído que siempre se repiten los inicios, pero parece que no sólo yerro aquí, sino que mantengo cierta ilusión de que lo que no es un principio lo sea. Algún día escribí sobre el miedo a la soledad de descubrir que lo que es mío siempre fue ajeno. Llegará entonces la vida con su martillo, abrogando toda inocente convicción de éste a quien ha tratado tan sospechosamente, y le hará saber que era en realidad lo que quería decir aquel día.

Una copa de ginebra: — Insistir fue mi lema en otra época, más no ahora. Aserción que fácilmente acaba el tiempo si las cosas nuevas que han aparecido llegan a desarrollarse un poco. Allí donde la insistencia muta en plegaría no pienso aparecerme, pero si algo de lo que sientes se hace mutuo, y traducido en aquello indecible, no tendrás más opción que delegar al sentir todo aquello que hoy legisla el entendimiento.

Un pobre hombre: — Mi amor creciente por el Martini, y que casi podría decirse mutuo, no tiene gran parecido con ella, aunque sí la levedad mía instantes después del saludo. Lucero niega todo con sus manos, hace un anillo con lo pensado y recurre a algún gesto que siempre deja un húmedo y tranquilo sabor en la ilusión creciente.

Una copa de ginebra: — Recorre con sus pupilas tu rostro sin darme cuenta yo, lo notas en quienes posan sus retinas en ella mientras lo hace. Luego te abraza y descansa su cabeza sobre tu hombro con algún sonido discreto, casi inaudible; sólo para ti. Su tardía displicencia no se asemeja a la del que miente, es por ello que tu mente se turba un poco.

Un pobre hombre: — ¿Qué será eso que no he de decir cuando ella está? ¿Qué será lo que no he de pensar? No buscaría yo jamás suplantar lo que ya ella ha vivido, empero me pregunto a menudo qué es entonces lo que supone la inconsistencia e inseguridad mía, aún más allá de la prevención inevitable que me acomete; no hallo respuesta que me satisfaga.

Una copa de ginebra: — Ella lo ve. Con ojos abiertos a la mar custodia cada sensación, cada movimiento de tu constante tranquilidad junto a ella. Aún diciendo esto, no logra siquiera mirar lo que acontece lejos de su vista, no es jurisdicción suya ni obedece a mandato alguno conocer lo que sientes en tu remoto paradero. La quieres, es cierto, pero tal vez no debieras.

Un pobre hombre: — Sibilino y lontano me encuentro, y me asombro de tan olvidada conducta. El café se hace aún más negro y se enfría en la amarga espera. Las palabras se sueltan para ella, todas son para ella. ¿Qué enfermedad deliciosa es ésta que me obliga a la mirada perdida? Que lo diga ella, pues reciben de seguro el mismo nombre.

Una copa de ginebra: — Truena en el cielo, las nubes preñadas de lluvia no te dan buen presagio a esta larga noche. No quisiera yo anhelar nada que te ilusione con patológica esperanza, más bien establece una paciente espera sin melancolizar el futuro. Que el agua nocturna se lleve entonces todo aquello que causa estas voces, que limpie cada línea con su implacable pureza y que devuelva al amor el hermoso riesgo que tanto divulgaste en otra época.



CODA: Te quedas ahora tú con mis prometidas palabras; se tú la lluvia que las limpie o el necesario epílogo de lo que ellas dicen.