domingo, 7 de mayo de 2006

Me duele la cuarta

Me duele la cuarta. Mal síntoma si pienso en el hecho de que sólo duele en malas épocas. En las buenas, duele la tercera. Algo tiene que doler en todo caso, pero no es bueno que duela la cuarta. Sea como sea, preferiría que mi dolencia fuese un tanto más agradable, o lo mismo, que me doliera la tercera y no la cuarta.

El médico dice que están separadas, ¿Quién entiende lo que un médico dice? ¿Por qué no pueden separarse sin doler? Al diablo con las ocurrencias de un médico. Mira que pasar estudiando tantos años de su vida para dar explicaciones de este tipo. En todo caso, y aunque realmente quisiera yo deshacerme del dolor de cualquiera de las dos, ¿de qué me sirve saber que están separadas?

Bueno, yo tengo otra explicación para mi dolor. La cuarta duele cuando el mundo me duele, y la tercera, cuando sólo duele ella. También, además de las épocas, he pensado en que la una pertenece a uno y la otra a otro. Es decir, que cuando soy uno, la dolencia se localiza en una, y en la otra cuando soy otro. Esto no es una explicación muy sensata, sobretodo para un médico, pero es cierto que me reconforta pensar que ello puede tener una justificación en la realidad que los doctores jamás alcanzarán.

Siempre que pienso en anatomía lo hago a partir de unas palabras que el maestro Ramón Vásquez le dijo a mi amigo Muñoz (seguramente, con el tiempo, gran poco-maestro): “si usted sabe lo que tiene bajo la piel, comienza a olvidar qué tiene sobre ella”. Así que lo mejor es no acercarse mucho a eso otro que hay por dentro, piensa Muñoz, pero yo creía que de nada sirve recordar qué toca la piel si puede sentirse con sólo estirar un poco la mano. Los artistas piensan siempre cosas muy extrañas cuando se refieren a la obra ajena y parecen muy sensatos cuando hablan de la suya, quizá eso sea un buen anclaje para las palabras del pintor, pero no para el dolor de mi cuarta. En todo caso, y para mi fortuna, años después, viendo al viejo pintor en la televisión local, encontré su explicación al respecto: de lo que se trata es de lograr hacer continuamente nuevo todo lo que toque la piel mediante el conocimiento de la anatomía del artista. Pese a todo esto, mi cuarta sigue doliendo sin explicación.

Logro sentarme a escribir una vez a la semana. Es poco a decir verdad, sobretodo si pienso en que Baena lo hace a diario y con una fluidez que envidiaría el mismo Proust, pero no me molesta del todo. Comienzo siempre contando alguna nimiedad de mi vida diaria o alguna ocurrencia de índole siempre imprevista, pero termino por rendirme a causa de mi dolor. Cuando soy otro, cuando duele la tercera sobretodo, logro escribir casi todos los días con tan febril empeño que termino por pensar que hasta el mismo Baena envidiaría. Pero no son esos tiempos y éste será seguramente el último día de esta semana que escribiré alguna cosa. Da igual lo que haga, todo lo borro cuando me duele la cuarta por que nada me gusta cuando no me duele la tercera.

Con dolor en la cuarta o en la tercera, lo cierto es que soy un asqueroso fracaso, o mejor, estoy destinado, con amenaza constante e implacable a bordo, a un fracaso doloroso donde a lo mejor terminan doliéndome las dos a la vez. Ay vida mía, cuánto dueles cuando te pones de esa forma. Y saber que la imagen del fracaso se va con el dolor de la cuarta y llega ese otro padecimiento tan dulce, tan grato, tan prometedor, tan lúcido, tan frágil y tan efímero, tan paradójico y tan sencillo como es el dolor de una vértebra más cerca de la tierra. Esa es la distancia que mi ego recorre al pasar del deseo de verme muerto a la certeza de alcanzar algún día una tranquilidad infranqueable.

Es cierto, suele dolerme más tiempo la cuarta que la tercera. A veces me pregunto qué hago yo con esta vida y por qué hago lo que hago. No es inofensiva la conjetura, ni mucho menos, pero es cierto que siempre termino por rendirme y aceptar que no tengo ni una pequeña idea que pudiese acercarme a la respuesta, o mejor dicho, no sé. Me he pasado la vida construyendo un personaje que desea cosas extrañas para mí. Eso quiere decir que vivo para mantener la imagen de ese que todos tienen por mí. Que miedo me da pensar en estas cosas, pero algo habrá que hacer, y para ser el único día que escribo en esta semana, no está mal hablar de lo mal que veo mi existencia. Eso de querer marcharse para el mar; lo de ser un gran escritor; lo de mantener la idea de dirigir cine; lo de ser profesor; lo de tener hijos… nada, absolutamente nada, es del todo cierto ni del todo falso; son, más bien, deseos y conjeturas que resultan de una confusión a la que inmediatamente se integran una vez dichas o pensadas. Lo que quiero decir es que no comprendo bien qué es lo que quiero y qué lo que aún creo que debo hacer. Ya he dicho que me duele la cuarta, pues bien, éste es el primer síntoma de que seguirá doliendo durante mucho tiempo más.

A nadie que yo conozca le he visto decir que encuentra solaz en sus crisis existenciales, pero yo sé bien que no sólo es así, si no que muchas veces se busca desesperadamente una época de frustración, depresión y crisis para descubrir un poco de la anatomía que, pese a nosotros, nos mantiene vivos. ¿De qué sirve la alegría sino de estancamiento intelectual? Esto es diferente a que me duela la cuarta, pues cuando me duele la tercera bien puedo estar en crisis sin la necesidad de mirar al suelo con pupilas soñadoras e ideas macabras que me incitan a meterme debajo de él. Realmente se trata de una necesidad de caer, de recordar que polvo somos y que en ello radica la gracia de estar vivos.

miércoles, 19 de abril de 2006

El fútbol y los in-dividuos

León es hermano de mi madre. Es decir, mi tío. No sé por qué hoy me dio por pensar en él, pero recuerdo que era amante del fútbol, hincha a morir del Pereira F.C. y fanático febril de la radio. Tengo en mi mente la imagen de su mano sosteniendo un pequeño radiecito junto a su oreja cada domingo. Unas cuatro horas antes del partido comenzaba a oír El Carrusel Deportivo para enterarse de todos los pormenores de la jornada futbolera. Luego, después del partido, sea cual fuere el resultado del mismo, oía la cabalgata deportiva durante otras cuatro horas. La previa la oía yo concentrado tratando de obtener algunos detalles sobre el Atlético Nacional, equipo y color de mi alma. De tiempos antes recuerdo tan poco que preferiría no decir cual fue mi primer amor en el fútbol. La cabalgata deportiva se me hacía tediosa toda vez que sólo se hablaba del partido del Pereira. Obviamente, si se trataba de un cotejo frente a mi Nacional, encendía la radio y me sentaba a oír cuanto se dijese en aquellas divertidas cuatro horas.

León introdujo a mi vida el fútbol, fracasando en su más intimo deseo por volverme un hincha del Pereira. Cierto es que también respetó siempre mis inclinaciones. De todas maneras, a mi tío le debo el placer del gol, el orgasmo fanático de un hincha que ve a su equipo vencer a otro. Como un patriotismo patológico; claro que, tratándose de Colombia, hablar de patriotismo quizá tenga más que ver con fútbol que con patria. Al fin y al cabo se trata de un artilugio de identificación social de cierta índole. Así que, patriota o no, el fútbol supone cierta unión social tan estrecha como la que había entre mi tío y su radio.
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Y entonces pasa lo de siempre...
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- Deberías estar durmiendo. ¿Acaso no te das cuenta de que perdés el tiempo escribiendo bobadas a sabiendas de que este tiempo te va a faltar luego para hacer las tareas de la universidad?
- De nada me sirve a mí estudiar para dejar de hacer lo que deseo. Yo estudio por que me parece divertido. Y si en este u otro momento no lo encuentro agradable, pues no lo hago.
Disputa diaria entre ese yo corporativo y el heppee. Nada que hacer, parece que no desean vivir juntos. ¡AY! Dios mío, si no me deshago de estos malparidos van a terminar por acabar conmigo. Así que, como ya les dije, no negocio más: o se reconcilian o se van para la mierda. No hay más opción. Se trata de ustedes o yo. Y si ustedes no pueden vivir sino en mí ¿de qué se quejan? ¿Con qué derecho se arrogan la facultad de exigirme algo? Lo siento, ahora van a trabajar juntos. Así lo ordeno y punto.
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Disputa diaria entre ese yo corporativo y el heppee. Nada que hacer, parece que no desean vivir juntos. ¡AY! Dios mío, si no me deshago de estos malparidos van a terminar por acabar conmigo. Así que, como ya les dije, no negocio más: o se reconcilian o se van para la mierda. No hay más opción. Se trata de ustedes o yo. Y si ustedes no pueden vivir sino en mí ¿de qué se quejan? ¿Con qué derecho se arrogan la facultad de exigirme algo? Lo siento, ahora van a trabajar juntos. Así lo ordeno y punto.

sábado, 8 de abril de 2006

Monólogo con la rata

Todo comenzó por que Amelia, mi rata, se comió un pedazo de tela. Después llegaron los días en que boté el celular. Ay, que dolor tan contemporáneo, por decirlo de alguna manera. Las ansiedades de nuestro tiempo pueden curarse con tantas cosas que la misma cura termina siendo patológica. Que tiempo tan emocionante. Vertiginoso, como mi caída tal vez. Cuando voy a la universidad no siento lo que antes. Ahora me siento ebrio, simplemente ebrio. Como si el pobre Geoff hubiese sido adicto a la morfina y no al mezcal. El mundo se me ha ido perdiendo mientras la rata corre engañada en su pequeña jaula. A veces la he cargado durante unos minutos, acariciándola y hablándole suave para que se sienta tranquila. Un día me orinó y tuve que limpiar el jean. Ahora mismo voy por ella para que me haga un poco de compañía.
Ni músico ni periodista ni nada, vos no sos nada. Nada más que un marihuanero. Porque, eso sí, te la has pasado fumando marihuana los últimos dos o tres, o quizá cuatro años. No vengas a decir ahora que es que fue que que fue que. Me parece que te has pasado. No, no no. Así no se puede. Estás mal, muy mal Geoff, digo Diego, digo Pedro, o los que sean, no importa. ¡Ah! ¿Y si no entienden? Pues que se coman una caca. A quién le importa lo que piensen los nuevos. Acaso vives para darte cuenta de todo. No señor, se vive para ser feliz. JAJAJAJA. A mí me da pereza ser feliz. No ves que de aquí a cualquier otra cosa nunca hay nada, en cambio, en el mundo ese de los felices ¿Qué hay? Nada, nada de nada. Además siempre puede escaparse. ¿Quién es ese que dice lo del lenguaje y el mundo? Como sea, la vida no importa cuando puedes construir el mundo en el que vivirá. Dios. Qué confusión. Esta si que ha sido una buena vuelta de la rata. Es cierto, Amelia ha tenido sus buenos detalles. Hasta creo a veces que en ella está la salvación. Qué clase de estúpido he sido. Y lo sigues siendo pobre Diego. Cuantas verdades juntas, voy a terminar vomitando todo y quizá sea bueno guardar para los próximos días, necesito todavía aguantar un poco para poder irme. La rata que se quede con Lucero. ¿O la llevo? No, necesitamos descansar de ella, de sus vueltas a velocidad infinita. Necesito dar mis propias vueltas y desenredar quizá el ovillo este en el que me he metido de a poco.

domingo, 26 de febrero de 2006

Existencial por un pelo

Que sosa es la vida en esos momentos en que, sin nada por hacer, la vida me pregunta por lo que sigue y yo no sé responder. Lamento mucho no aprovechar el tiempo haciendo las cosas que digo que haré cuando tenga tiempo. Soy quizá un fracasado. Sí lo soy. Lo verdaderamente preocupante es el hecho de que mi vida se vuelva sosa de vez en cuando. Y es que no sé nada, no sé. ¿Qué hacer? ¿Cómo saberlo si no sé siquiera qué se hacer? ¿Cómo, si justo en esos instantes en que la vida me pregunta, ella misma se me antoja inútil? ¿Cómo si me tengo por un inútil?

Mis compañeras no dejan de hacerme saber su inconformismo con la forma en que me estoy peinando. Lo peor es que doy demasiado crédito a todo lo que dicen y termino siempre por preocuparme un poco por mi apariencia física. Cierto es que me trae sin cuidado lo que yo piense de lo que piensen ellas, siempre termino por hacer lo que no quiero con tal de no enfrentarme al monstruo de Vicente. Pavor me da la idea de la soledad inducida, de ser un ermitaño, no por convicción sino por obligación. Quisiera irme para la Patagonia o más lejos, con tal de perder el miedo a dejarlo todo, pero no lo soportaría si la posibilidad de volver no estuviese siempre intacta. Necesito tanto a la gente como a mi soledad misma. La necesito por que sin la gente no siento el ergo y la aborrezco por que sin soledad no hay sum. De todas maneras no tengo la valentía suficiente para irme (jamás la tendré) así que lo más seguro es que este fin de semana me corte el pelo para no quedar mal con el monstruo.

Si dejar de escribir tanta basura fuese tan fácil como cortarme el pelo la vida no me llevaría, precisamente, a escribir tanta basura para purgar todo ese odio que le tengo al monstruo hediondo de Vicente. Las cosas son más delicadas de lo que aparentan; de hecho, son de una simpleza que no deja percibirse siquiera, no dejando más opción que hacer todo complejo, buscando en cada lío una nueva explicación. Esa es la actitud que tomo, precisamente, cuando salgo a caminar, es decir, se me hace que complejizando el mundo logro comprenderlo un poco mejor. El resultado: basura, pura basura. ¡Puta basura! Meses sin nada que valga la pena en miles de líneas cargadas de basura y más basura. Sucio mundo que tan poco tiene para los que carecemos del talento divino de encontrar en el mundo las pequeñas cosas que encuentran los artistas. ¿Qué hay para la retina de un pobre que sólo busca divertirse un poco cada vez que escribe? Nada, pura puta basura. Que me corte el pelo, dicen quienes poco se interesan por la cabeza.

Yo pienso, pero existir es más difícil. Sobretodo porque pensar, hoy por hoy, encierra una gran paradoja, digamos, de la misma manera en que resulta paradójica una hostia en el infierno. Yo pienso en los ascensores, ya lo he dicho antes, pero no hay nada de bueno en ello. Todo el mundo piensa en los ascensores. Pienso en la calle, en el bus y en la cama, pienso todo el día y aún así, no tengo la menor idea de qué –ni cómo ni cuándo ni para qué ni, ni, ni…- existo. Y si realmente existo por el hecho de pensar, pues no veo la gracia.
Entre René Descartes y René Higuita no hay ninguna diferencia, salvo, cierto es, ambos aparecen siempre con el pelo largo. El uno creyó descubrir algún secreto de la existencia, el otro hizo el escorpión en Wembley; me inclino por el futbolista. Aunque me da igual, el caso es el pelo y la existencia.