lunes, 22 de noviembre de 2010

1. El mundo es una papa


Es inevitable, tiene su trascendencia, igual que las puertas que se abren, las ventanas que permanecen cerradas y polvorientas, las réplicas incipientes que no llegan sino hasta el borde cubierto de azulejos, y los conocidos anillos que fluctúan perfectos hasta perder la furia del impacto. Ningún temor confirmado, ninguna fobia consumada.
Las cosas no comienzan ni terminan sino que bien pueden aparecer y desaparecer según una exquisita aleatoriedad. Esto no es todo; el tiempo está dentro de algo parecido a una papa; no importa por dónde se le corte, siempre estará dispuesta a ser replantada cuantas veces sea necesario. Los tubérculos son como la memoria.
La pregunta salta a la vista: ¿Cómo hilar lo que de alguna manera puede pensarse tal y como lo encontramos escrito? La maravilla de toda mentira: interpreta.
No estoy equivocado. Me entrego a esto con desafecto por hermosas convenciones idiomáticas; un lenguaje carente de sentido. Afirmación bastante grosera porque tal cosa no existe. He logrado ser comprendido, no digo que a la perfección, pero sí con una enorme lucidez por cuanto aparecen cada vez más formas de imaginarlo, justamente perdiendo el rumbo o la dirección, lo cual indica que todo anda bien.
La lección está dirigida a niños mayores de tres años mentales, sin embargo, de antemano quiero advertir que todo el pedazo de papa que intentamos replantar requiere de un mínimo índice de paciencia y más de siete neuronas. Cuestiones de fertilidad cerebral.
Me extraña que haya tantos hoy, porque estoy acostumbrado a un auditorio un tanto más reducido. Mis delirios de autoayuda angelical, basada en el más devoto cristianismo y fundados en los paradigmas de mi escuela jesuita, son difíciles de transmitir a un público tan numeroso, no por pereza, sino por lo indecente que resultaría saltarse las normas y pedir luego el privilegio de la excepción. Poco nos queda en todo caso —por mucho que sea— para defender eternidades tontas y no tontas.
Después de hacer tantas ecuaciones para intentar comprender algo que quizá estuve pensando durante semanas (un clavo, un nombre, un perro, una farola, un botón) tampoco yo me siento muy a gusto si me descubro completamente ignorante sobre el sentido de lo que me dice la gente o de alguna u otra cosa que leo. El caso es que nos comprendemos, por ejemplo, si yo digo: la cosa es una variable que sólo eventualmente se cosifica aquí o allá, no importa que se convenga o devenga lo uno, lo dos, lo mil o lo papa; la cosa orbita alocadamente siempre que el tiempo se lo permita y no haya cerca muchos estrógenos. Ese es mi caso.
Me llamo Hacho Díaz, disculpen la demora en darles mi nombre. Hoy cuento con suerte, ando más bien a la deriva y solo. También tienen suerte ustedes, porque únicamente a la deriva y solo, miserablemente solo, puedo contarles a cabalidad quién fue Arturo Piedras y por qué Hacho Díaz quiere hablar de él. Sólo perdido tiene sentido lo que tantas veces, en tantos lugares, Arturo recitó, como si se tratase de un enigma que no lograba resolver (hasta ahora para mí lo es): “el mundo es una papa”.

1 comentario:

jcamiloo dijo...

fertilidad cerebral....

lo extraño.