lunes, 3 de octubre de 2005

Lluvia y selva

La lluvia, cayendo sobre la orilla –y destinada, quizá, a su árido corazón-, colmaba el silencio de la selva… No era todo; el capitán había dejado de oír las cigarras, y ahora, sumido en el golpeteo de las olas y las gotas, sentía más quietud que antes, lo cual se sumaba a la distancia entre él y un Darién cada vez más callado. Sapzurro; eso también evocaba cierto silencio. Sapzurro. Era no obstante el húmedo tamborileo continuo lo que sin duda le hacía dirigir la vista hacia el norte, buscando un vallenato en El Pingüino y fuertes risas sobre el muelle repleto de mesas y pescadores sentados en sillas plásticas y bebiendo cerveza antioqueña; una ilusión que colmaba de nostalgia no sólo su corazón sino el horizonte oscurecido y nublado hacia el noreste, hacia el cabo turbio y purpúreo, La Habana y luego el océano; todo el panorama era una sola evocación: la plenitud de una soledad premeditada. Muy parecido debe ser todo esto, se dijo, del júbilo de un prófugo en el instante en que, sentado sobre la hierba mirando a lontananza, se olvida de su condición fugitiva y encarna en un águila que planea con mirada escrutadora y a la que el mundo se le antoja manso, en su presencia la selva, ya dominada, no puede más que sentirse dócil y callar. ¿Acaso el prófugo halla su libertad en el silencio de la selva? ¿Se trata del mismo silencio del calabozo? En realidad lo dudo bastante. Reflexionó el capitán justo antes de caer dormido profundamente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta más leerte en narración. Buenas imágenes que evocan de muy buena manera ciertos pensamientos, y sobre todo, muchos sentimientos. Me gusta. No obstante, no se si porque tu estilo es muy distinto al mío, a veces me cuesta con los signos de puntuación.