viernes, 11 de julio de 2008

Algodón de azúcar

Aquella basura, mi virolata, la de la tía Nubia, que tanto escondía en sus cajones y que, pese a los esfuerzos desesperados por deshacerse de cuanto escondía, no logró más que abrir la nevera a sus sobrinos, sin duda tiene mucho que husmear entre tantas bolsas negras. Tú, Gaitán, mereces más que yo de toda la basura del mundo, pero esta sí tiene, como otras cuantas, un sabor un tanto más dulzón para mí. ¿Recordás? Crema batida, helado, barquillos rellenos y algodón de azúcar. Nueve primos, para un total de nueve fiestas al año. Una para cada uno, por supuesto.
Tú no puedes quejarte, Gaitán, estuviste detrás de mí desde aquella fiesta en que mi papá llegó con un pincher a la casa. No hacía mucho tiempo, también porque papá lo había llevado a casa, Bambi había estado entre las cintas formato BETA, que traíamos de Beta-Disney. Así que siempre te creí un pequeño reno. No ladrabas, sólo corrías. Desde el balcón, donde antes habías orinado, hasta la cocina, atravesando el salón de los trofeos —dicho sea de paso, todos ganados por el abuelo y ningún primer puesto. ¡Por eso sé que algo te recuerda el hedor de esta basura! Porque al llegar a la cocina, Teresa, de mano dulce para todo, te daba a probar algodón de azúcar.

¡Virolata! Déjame hablar a solas. No me comeré nada, es sólo basura. Déjame darle vueltas a la caneca, solo, por favor. No vayas a echarte ahora de mala gana, no demoro.

Cuando cumplí seis años, primera fiesta de Gaitán con la familia y, claro está, conmigo. La tía Nubia preparó una fiesta, por primera vez, bajo el muy adulto concepto de temática. Súper Ratón en las guirnaldas, los pasquines y los gorros —orgullosamente lucidos por todos los primos—, Súper Ratón en el mantel, en las servilletas, en los globos hinchados de helio, en los vasos. Sin embargo, los platos no tenían al súper roedor. Sí eran amarillos con bordes rojos, los colores de la trusa y la capa de Súper Ratón, pero en lugar de tener el rostro de Súper Ratón en el centro del plato, sobre el que se derretía un poco de helado de vainilla resbalando por un trocito de torta de chocolate; en lugar de una escena fácilmente imaginable de alguno de sus pocos capítulos, estaba la cara de Mickey Mouse —grosera, muy grosera combinación. Como fuera que el primero de los primos lo descubriera, cosa fácil por demás, puesto que la calcomanía cedía a la humedad del helado derretido y se arrugaba, el resto le imitamos y despegamos el horrible Mickey de primer plano y siempre sonriente. Nubia, más escandalizada que ebria, se puso a gritar como loca. ¡Uno no puede comer con ratones en el plato! ¡Ni por más súper que sea! Ya viejo descubrí la ironía que animaba a mamá, a papá y al resto de la familia reunida.

Alejandra, la mayor de las primas Piedras —estaría por cumplir unos diez años—, se sumó al júbilo adulto. ¡Viva Arturo! Y la familia contestó: ¡Viva! ¡Viva Súper Ratón! Como en un salmo a la respuesta: ¡Viva! ¡Viva Gaitán! Insistió mi primita, a lo que la familia, que demoró en asignar al pincher el apellido del caudillo, gritó más que liberada: ¡Viva, Viva!

Mi nombre en aquellas voces frenéticas fue mi primer momento de gloria. Sin embargo, el que Gaitán también fuese coreado fue más un regreso a mí mismo. Para Alejandra, la mayor de las primas, todo lo que ocurría allí era gracias a mí. Tanto Súper Ratón como Gaitán eran simples pretextos para adularme y agradecerme gritando y riendo con mi imagen en sus vasos, platos y gorros.

Disfrutar de mi efímera gloria familiar fue cosa imposible. Allí estaba Gaitán, mirándome con algo de esa envidia que tienen todos los perros al velar y erguido parodiando a un rey. Desde la mesita metálica de la máquina de coser, yo lo miraba y luego miraba a Súper Ratón en cualquier parte. Al regresar a Gaitán, luego de reparar en la euforia de la tía Luzma, pensé que él, más que yo, merecía la gloria y la adulación de la familia. No ladró.

El bote de la basura quedó a reventar de desechables amarillos y rojos, sobras de torta, algodón de azúcar, servilletas sucias, cigarrillos y botellas de gaseosa, vacías por supuesto. Casi todo en la basura está vacío.

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