miércoles, 7 de septiembre de 2005

Proemio a un réquiem

"La naturaleza no halla la salida del laberinto,
de las fuerzas desencadenadas,
que actúan en contra suya:
el hombre debe morir."
Goethe
La sombra de la muerte pasó, por esta noche, sin hacer ruido alguno, bajo una soledad de cedros y pinos. Se nubló su rostro, se marchitaron sus pétalos y arrugó su corazón para perderse luego con paso medroso.
Pronto, todo estuvo quieto, exánime como su tristeza; sin fondo, sin sentido. Yo abismaba mis ojos azorados e intentaba ver la noche diáfana, el cielo siempre limpio. Empero, hallé desolada mi vista de toda sospecha. Supe entonces de la simplicidad del agua, de la esencia de las cosas, del gozo del campo y del viento.
Nada es mayor que ella. Sólo la vida tiene su edad suspensa y su aroma a primavera. Sin embargo, no es primavera ni es vida. Turbio espejo donde la eternidad inaugura su forma; absorta, inmensa, pura, ilimitada; vivo reflejo de la existencia.
Bajo su piel preñada de lluvia despliega la gracia prometida. Nada es mayor que ella. Rosa y no rosa, primavera sin golondrinas, canto melancólico en la garganta de la vida.
Esta noche estuve solo y más perdido que nunca. Buscándome en el tiempo, haciéndome al olvido hundido es su beso, en su promesa infalible y fatal.

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