miércoles, 15 de agosto de 2007

Arrumen de carne

Yo estaba ahí cuando la señora se tiró. Ahí, sentado justo sobre esa piedra. Yo oí el golpe y el crujir de los huesos. No, no sé de qué piso se tiró. A ló mejor es que estaba triste, qué se yo. Ahora, sea lo que sea que estuviese buscando en el suelo, lo único cierto es que no tendrá más oportunidades de buscar. Así que si no lo encontró, bien jodida. ¿Qué sería? De pronto la dejó el esposo. Eso es fácil de pensar. Aún cuando realmente hubiera sido así, la mujer y su tristeza, esa mujer quiero decir, no son algo que puedo comprender. Ni siquiera logro asimilar mi error al decirle mujer. Quizá debiera pensar algo como “montón de huesos” o “arrumen de carne”. Se suicidó por un problema en el trabajo, ahora es un arrumen de carne sobre la entrada del edificio; suena bien para periódico amarillo. Qué triste se van a poner sus familiares. Quizá ni los tenga. Se suicidó porque no tiene familia. Obvio. No, nadie se suicida por eso, o sí, yo no sé nada de suicidios. Hubiera preferido que se cayera un árbol, seguramente ahora estaría pensando mejores cosas. En cambio el amasijo ese, que ahora estaría ahogándose sumergida en el gentío agolpado a su alrededor, la cosa esa que chorrea sangre, me tiene medio intranquilo. ¿Qué pasará con sus muebles? ¿Se quedará su esposo con ellos? Pero si no tiene esposo, qué idiota. Familia tampoco. Como fue un problema de trabajo, a lo mejor era pobre y se suicidó porque se deprimía viendo vacía su casa. En el entierro va a llorar solamente el portero. En el trabajo nadie. Y cómo, si era una vieja amargada que no hacía sino quejarse de su soledad. Si al menos hubiera tenido una silla para sentarse cuando llegó del trabajo esta tarde, aturdida todavía por el grito de su jefa que la había despedido humillándola, frente a sus compañeras de oficina, estoy seguro de que estaría en el balcón, sentada y fumándose un cigarrillo. Pensaría en reconstruir su vida comenzando desde abajo. Conseguiría un trabajo nuevo, en un lugar donde la respetaran y la valoraran. Podría recibir lecciones de inglés y mudarse para los Estados Unidos donde su compañera del colegio. Luego conseguiría un esposo de clase media y quizá adoptaría un niño colombiano. Fumaría en calma. Triste y desconsolada, pero en calma. Luego bajaría a buscar una hamburguesa o un trozo de pizza barato, gaseosa y quizá una botella de aguardiente para sentir en la resaca que es libre y hace lo que quiere. Regresaría a casa con la idea de comprar un gato para estar acompañada en los momentos más difíciles. Con cada copa de aguardiente que bebiera, iría olvidándose de una pena. Acabada la botella no serían muchas las heridas de su alma. Se volvería a sentar en su silla del balcón a fumar otro cigarrillo y colmaría su corazón la tranquilidad, la calma, la inocencia y el perdón. Tendría tan libre su cuerpo, tan limpio su espíritú castigado por la soledad y la pobreza, que se levantaría victoriosa y se tiraría por el balcón. Da lo mismo: un montón de huesos, un arrumen de carne…»

1 comentario:

Camila Avril dijo...

Se suicidó. El arrumen de huesos ya no está, y mientras se inventa su vida, esa cosa es, sobre todo, un cuento. Mucho, diría, muchísimo...

Me gusta la historia, pero lo que más, de todo lo que escribes, es que se puede esperar cualquier cosa. Cualquier cosa.