martes, 14 de agosto de 2007

El reflejo de afuera


Este asqueroso estilo, que no domino en lo más mínimo, no me deja escribir. Pero, ¿será verdaderamente el estilo lo que no me deja escribir un poco más? No, soy yo. Pero qué parte de yo. Soy tantos que se torna difícil saberlo. Pura y tonta vanidad, estoy seguro.

Uno se mira al espejo muy tranquilo, hace su mejor cara y termina por convencerse de que, en efecto, uno está presentable. No quiere decir que siempre se logre el anhelado fin.
Véase de esta manera: si uno se acerca a un espejo que no es el de la casa, o mejor, si se encuentra uno de pura casualidad mientras camina por la calle, por ejemplo, su propio reflejo en los vídrios polarizados del edificio del banco, no tiene tiempo de hacer su mejor cara, sino que le toca decidir si está o no bonito en cuestión de segundos, quizá menos.
Supongamos que ahora mismo le está ocurriendo tal cosa, usted notará que debido al poco tiempo que pudo pasar frente a su imagen no ha logrado convencerse de estar presentable. Tampoco quiere decir que se ha convencido de lo contrario, pero digamos que es más completo el sentirse cómodo, ya que hay muchísimos matices para no sentirse bien. Un mechón incontrolable, un grano en la frente, una mancha en la camisa, algo en la forma de andar que no corresponde a lo que yo soy, o a la manera de caminar que yo pienso que se corresponde conmigo en este mismo instante; cualquier cosa me hace sentir incómodo y sólo la reunión perfecta de todos los detalles logra la plenitud de la buena presentación, por lo menos frente al espejo.


Imagínese llegar a la oficina del que da las órdenes sin haber salido conforme con la imagen suya que le devolvió el espejo del ascensor. ¿Cómo mostrar esa cara asquerosa que no logró componer pasando las manos por el pelo? En mi caso no es mucho el pelo ni muchos los jefes que tengo, pero a veces hasta la nariz se despeina; las pestañas, los ojos, el cuello, uno mismo es un desastre enmarañado. No basta con ir a la peluquería, ni con afeitarse. Nada es garantía de que uno se sentirá bien cuando se siente su mujer en el puesto del copiloto. Será necesario cerciorarse de ello cada tantos minutos en el retrovisor, pasar los dedos por el copete, rascarse el grano de la frente, quitarse los restos de comida de los dientes o los mocos de la nariz. No es nada fácil salir a la calle o acostarse a dormir si antes no se logra estar cómodo dentro de esta cosa.

2 comentarios:

Camila Avril dijo...

mmmm, los espejos!!!!

Me gusta, sobre todo porque me recuerda el vidrio del metro, y miro mi pelo, y casi siempre resulta ser distinto al que arregle minutos antes, en mi espejo, en mi casa... en fin. hay frases q senti que me pegaron la lectura, hubo palabras también... creo q en la puntuacion vamos a discrepar siempre, pero me gusta el ejercicio que propones. en ultimas, es cuestión de aprendizaje, casi siempre. hace poco leia unas cositas q escribi hace tiempo, cuando amaba los puntos mas que cualquier cosa, y no me gusto. ahora el punto y la coma, son lo suficientemente compatibles, y estoy feliz. no se que vendra a futuro, nunca el punto y coma, es cierto, pero algo habrá de cambiar... en fin. sobre el escrito al que le vas a poner tu puntuación, cuando lo escribi sentí un corte de movimiento con la puntuación, no toda, pero si en varias partes, pero igual no encontre el camino... también le voy a pensar. espero tu modificación. empieza. ya despues seguire.

Jenn dijo...

A mí no me gustan los espejos ni los vidrios polarizados que vilmente nos reproducen con nitidez. No soy de esas personas que cuando caminan voltean a mirar su reflejo... no encuentro la razón pero siento como si me robaran algo.