lunes, 22 de agosto de 2005

El claustro

Contiguo al umbrío respiradero de esta posada, y conectado a él por una pequeña ventana corrediza de aluminio, vivo yo -aunque "vivo" sea un decir-. Un depredador cualquiera, con tribulaciones o sin ellas, podría morir de tedio en este claustro; con la corriente gélida que lo anega; con la congoja tremebunda de cada noche. Empero, aún cuando pusilánime y fútil, entre paredes y techo, una extraña y parasitaria comodidad me conjuga siempre de la misma forma; un oso que inverna en su lóbrega cueva. Cuando llega la mañana, en cuyo sino veo morir mi cordura, se levanta el frenético estupor que la noche ha urdido sin yo darme cuenta. Siento entonces el milagro de la existencia: el fastidio de estar vivo.

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