sábado, 27 de agosto de 2005

Ex nihilo

Esta mañana, pese a estar somnoliento por una larga noche de palabras, salí a caminar por las cortas calles de Laureles. Se me hace más fácil hacerlo temprano; por las noches, si no tengo compañía, padezco de un miedo inexplicable y termino siempre por volver a casa antes de una hora.
Algo mareado, pero inmensamente tranquilo, deambulé durante un buen rato. Pensé en lo caótica y monótona que puede ser la mañana de un martes, de cualquier martes. No logré comprender el sentido que impulsa esta ciudad, plagada de seres irrepetibles y, sin embargo, idénticos. ¿Quién será –o por dónde irá- ese tal Vicente?
Estaba sentado en el Primer Parque, escribiendo cosas que releía una y otra vez en voz alta cuando me sentí ahogado. El olor a pan caliente, la brisa que aumentaba, el ruido de los automóviles, todo me hacía sentir un profundo miedo creciente que me asfixiaba. Probé con un poco de marihuana, nada. Logré reponerme y comenzar a caminar, pero el vértigo me perseguía. Por doquier llegaban fantasmas: gusanos, cucarachas y ratas que colmaban la incertidumbre de lo que estaba padeciendo. Nada significaba nada, el mundo era, por momentos, algo de lo que yo no formaba parte; era “aquello”, no “esto”.
Me sumía en la extrañeza que me rodeaba, comenzaba a disfrutarlo y seguí caminado hasta llegar al supermercado amarillo, justo sobre La 80. Decidido a mantener la dirección subí al puente peatonal, había dado unos pocos pasos sobre la plataforma que cruza la calle cuando algo -quién sabe qué coincidencia- me hizo mirar hacia la izquierda, hacia el cruce de Don Quijote. Conjeturé entonces sobre el nombre de la glorieta. Lo quijotesco es la vida, me decía, siempre “haciendo” para ser después capaz de continuar “haciendo” y, así, hasta morir sin ser nada. Y si no voy a ser nada, pues mejor lo soy de una vez, al fin y al cabo suena menos tediosa que la idea de ser feliz, eterno o exitoso. Bienaventurados los desgraciados entonces… a ellos pertenece el reino de la tierra. No planearé mi fuga, ni la sentiré llegar; seré yo mismo mi huída constante; seré un búho en el purgatorio y una vaca en la tierra. Una vaca.

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