Me voy...
Después de la madrugada densa y sudorosa, los dolores de espalda habían desaparecido. Ante una postrera y supuesta caricia -por demás exagerada-, hizo lo posible por contener el llanto. Lucero miró al capitán. No había en su semblante el menor indicio de sorpresa o de miedo; le era enteramente impredecible. La miró fijamente y luego, susurrando con gravedad, le dijo: “Lucero, me voy. Me voy al mar”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario