domingo, 28 de agosto de 2005

Me voy...

Después de la madrugada densa y sudorosa, los dolores de espalda habían desaparecido. Ante una postrera y supuesta caricia -por demás exagerada-, hizo lo posible por contener el llanto. Lucero miró al capitán. No había en su semblante el menor indicio de sorpresa o de miedo; le era enteramente impredecible. La miró fijamente y luego, susurrando con gravedad, le dijo: “Lucero, me voy. Me voy al mar”.

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