lunes, 22 de agosto de 2005

Se desconecta

Se desconecta una vez, nada más una vez. No lo hace todo el tiempo; una, y sólo una vez por día. Después, se le ve un poco taciturno, distraído y sonriente. No habla mucho cuando está desconectado, no dice nada sobre sí mismo, pero escribe con enfermiza pasión, con el desenfreno demente del condenado. A veces se le ve saborear un recuerdo mientras sus trazos se hacen más grandes y menos medidos. Sus ojos lucen pequeños y rojizos, su caminar se hace cauteloso y es poseída su voz por el peso del aire, por la intranquilidad de su alma. Vuelve al papel y su esquizofrénica sensibilidad acelera su mano y frena su templanza; línea tras línea se hace más de nervio su palabra, más de llanto su pasado. A medida que sus letras lo alejan del mundo, llegan los fantasmas a quebrar su silencio con sollozos ahogados, como si el orgullo escondiera la intranquila esperanza que lo atormenta. Poco a poco se conecta nuevamente, sosegado y taciturno a la espera del estupor mañanero, sumido en su letargo y mirando el techo.

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