miércoles, 31 de agosto de 2005

Nada nuevo

Leyó las últimas dos líneas. Apagó el cigarrillo y encendió otro. Vio que apenas quedaban dos en la cajetilla, buscó entonces en la mesa de noche -había una sin abrir-, suspiró tranquilo y volvió al escritorio. Afiló sus tres lápices, recostó su espalda para disfrutar el descanso y aspiró dos grandes bocanadas antes de volver a la escritura.
Para ignorar el hambre, olió un trago de ginebra, consiguió percibir lejanos perfumes a naranja, almendra, angélica, orris, cilantro, alcarabea, cardamomo, anís, cassia y limón… Bebió luego sin tragar, incendiando el paladar con la lengua, dejando en su aliento aroma suficiente para una par de párrafos. Sintió un impulso esperanzado y comenzó a narrar con su impostado acento porteño. Luego bajó el volumen, primero hasta el susurro, luego hasta perderse en el ronroneo de la ciudad que duerme.
Terminaba la sombra y, con ella, unos pocos párrafos sin ideas ni estilo. Sintió entonces el cansancio medroso del amanecer que acecha, buscó su cama entre cuadernos y hojas arrugadas y luego se echó al azar del sueño, estoico narcótico para sobrevivir a un fracaso más; a otra noche.

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