jueves, 25 de agosto de 2005

Hoy fracasé

Hoy fracasé. Simple; fracasé. Hasta he llegado a regocijarme en mi frustración, como un cerdo feliz que se revuelca en su chiquero. Siempre fracaso, cada noche se hace de cartón todo aparente logro, y al mirar como a otra mi cara en el espejo, y preguntarme por la cantidad de farsa que mi vida alberga, me pesa con inefable vergüenza la medalla a la frustración.

Sirvo un vaso de agua para mitigar un poco la sed que deja el cigarrillo y un café negro y amargo, esperanza de insomnio a la espera de algunas palabras. Empero, el fracaso continúa, la frustración se hace honda. Recurro a la hierba o la ginebra, sin embargo, toda vez que lo intente, la embriaguez del licor, o el letargo soporífero, terminan por adormecerme sin haber escrito un par de líneas que valgan la pena. Necesito a veces de una inmensa paciencia para soportar el sosiego, vencer el sueño y continuar escribiendo.

Tenían razón, pues, todos aquellos que presagiaron mi fracaso, los viejos amigos que, sin retirar sus afectos decían de mí –y a mí- todo lo que creían. En efecto, me paso la vida comenzando y ahora, solo ahora, reconozco la semejanza que mi vida tiene con el triste dibujo que ellos hacían de lo que soy. No los culpo. Fracasé. Soy un fracaso. Años colmados de noches en vela: las de hierba, las de ginebra, las de Pink Floyd o Wagner, aquellas pueriles en que triste y adolorido no hice más que escribir; ninguna dejó de aumentar un poco esta frustración nocturna. Empero, nada quedó. No hay entre mis montañas de hojas envejecidas y arrugadas un solo párrafo que sobreviva a una lectura fina. Nada, solo fracaso. Tenían razón. Sin embargo, no me culpo, jamás tuve la oportunidad ni la disposición de aprender los innumerables rostros de la felicidad. El siglo acabó conmigo, se me fueron los años en la primera mayúscula; sin un solo punto final, sin sentir orgullo artístico por una sola palabra.

Hubo un momento en que mi única compañía era mi fracaso. Aprendí a quererlo y a velar por él, no podía defraudarme, era lo único mío, nada más de lo que había creado tenía sentido o valor para mí, crecimos juntos hasta volvernos uno solo y necesitarnos. Ya no hubo más síntomas de mi enfermiza esperanza insensible, mi fracaso y yo terminamos por confundirnos sin esperar nada. Eso somos, un fracaso, un irremediable fracaso.

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